jueves, 1 de junio de 2017

Los británicos ya notan el Brexit


Los votantes –como bien saben los políticos de todas partes del mundo– nunca admiten haberse equivocado. Y la Gran Bretaña del Brexit no es una excepción. La gente acepta que va a tener que pagar un precio económico, incluso severo, por la salida de la Unión Europea, y se da cuenta de que hubo muchas mentiras y falsedades en la campaña, pero si se repitiera el referéndum volvería a salir el mismo resultado, incluso por mayor margen de diferencia. Se ha creado una mentalidad de asedio en un país acostumbrado a ganar las guerras. Nosotros solos contra los Veintisiete en una batalla épica. Sangre, sudor y lágrimas, como decía Churchill.

Todavía estamos en la fase de precalentamiento, porque la ruptura con la UE no se ha ejecutado (acaba de empezar a correr el reloj en el plazo de dos años contemplado por el tratado de Lisboa para cortar los vínculos), el Reino Unido sigue en el mercado único y la unión aduanera, y las im­portaciones y exportaciones se rigen por las mismas reglas de siempre, de modo que de momento no puede haber un impacto masivo del Brexit sobre la economía del Reino Unido. Pero el bolsillo de los ciudadanos empieza a notarlo.

Crece el empleo pero no los salarios


El efecto más claro es la inflación, y su influencia sobre el coste y calidad de vida. Los precios de la alimentación, por ejemplo, llevan meses subiendo poco a poco, y eso que los supermercados han intentado mantenerlos a raya para proteger sus cuotas de mercado, asumiendo la mayor parte de la diferencia. El motivo de la tendencia inflacionista es el debili­tamiento de la libra esterlina. Importar cuesta más, y antes o después el consumidor lo paga.

En marzo los precios se incrementaron un 2,3% respecto al mismo mes del 2016, y en abril otro 2,7%, con factores contribuyentes como la subida de los billetes de avión. Y eso que el coste del petróleo en los mercados internacionales permaneció estable, o incluso descendió. Pero las fac­turas de la electricidad se incrementaron, y también lo que se ­paga en la tienda por productos como la leche, la mantequilla, el café, el té o las barritas de chocolate (y eso que algunos fabricantes han reducido su tamaño).


Los alquileres han registrado la primera caída en ocho años en Londres, pero siguen siendo astronómicos

Mientras la inflación subía un 2,7%, los salarios sólo lo hacían un 2,1%, y los economistas de la Universidad de Cambridge predicen que se va a ser la tónica de toda la próxima década. En el 2025, pronostican, los británicos ganarán lo mismo que ganaban en el 2004, cuando la última oleada de anexiones de países de la Europa del Este a la UE. En términos de bienestar y renta dis­ponible, para los británicos habrán sido veinte años perdidos. Y aunque en teoría la reducción de la inmigración derivada del Brexit (la primera ministra Theresa May no quiere dejar instalarse en el país a más de cien mil extran­jeros al año) colocaría a los tra­bajadores en una posición de más fuerza en las negociaciones sa­lariales, lo que puedan ganar por ese lado quedará ampliamente neutralizado por la inflación.

El crecimiento económico, paralelamente, ha sido revisado a la baja en el primer trimestre del año, quedando en un raquítico 0,3%. El mercado inmobiliario, como no podría ser de otra ma­nera, se resiente del efecto acumulado de todos estos factores. En Londres los alquileres han ­bajado por primera vez en ocho años, un 1,2% respecto al 2016, aunque siguen siendo astronó­micos (un promedio de dos mil euros al mes, y por esa cantidad no se consigue ninguna mara­villa). Una cierta saturación del mercado, falta de liquidez y por supuesto la incertidumbre del Brexit son los elementos determinantes de la tendencia.


Cambridge cree que los salarios crecerán por debajo de la inflación durante los próximos diez años

El número de alquileres por los que se pagan entre 4.000 y 25.000 euros al mes (parece una locura, pero hay muchos en el mundo de la banca, los servicios financieros y los ejecutivos de empresa) registró la mayor caída, un 3,7%. Y paralelamente el valor de las viviendas subió al ritmo más lento de los últimos años, con las caídas más significativas en los barrios caros de la capital, donde hasta hace poco los agentes inmobiliarios podían pedir lo que quisieran, y los inversores ­rusos o del Golfo se las quitaban de las manos.
En conjunto, los precios de compra decayeron en abril un 0,4%, pero aun así se incrementaron un 2,6% respecto al año pasado. En esa misma línea, las solicitudes y aprobaciones de petición de hipotecas han disminuido un 2,8%, y eso que los intereses están por los suelos (0,89% anual en el caso de la Yorkshire Building Society).

La mejor noticia post-Brexit para la economía del Reino Unido es que el consumo se mantiene firme. También es destacable la reducción del índice de desempleo, lo cual en el fondo demuestra que la inmigración no es un problema, y que su nivel viene determinado por las necesidades de los empresarios. En el primer trimestre del año en curso se han creado 39.000 empleos, con un índice de paro del 4,7%, que significa que un millón y medio de británicos no trabajan.

Los votantes no reconocen haberse equivocado

La otra cara de la moneda es que el nivel de productividad continúa decayendo, que las diferencias de sueldos entre los hombres blancos por un lado, y las mujeres y las minorías étnicas por otro, siguen existiendo, y que la inversión en adiestramiento y tecnología está conge­lada. Los bancos de la City culminan a todo esto los preparativos para trasladar a decenas de miles de empleados a otras capitales de Europa, los empleados de la Agencia de Medicamento y la Agencia Bancaria hacen las maletas, y la inversión extranjera brilla por su ausencia.


Pero los votantes no reconocen haberse equivocado, y el 8 de ­junio van a dar una mayoría ab­soluta a los conservadores y Theresa May, que de ser partidaria de la permanencia en Europa se ha convertido en el Moisés del Brexit, llevando al pueblo británico a través del desierto hacia una tierra prometida en la que el dinero crece de los árboles.

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