Los votantes –como bien saben los políticos de todas
partes del mundo– nunca admiten haberse equivocado. Y la Gran Bretaña del
Brexit no es una excepción. La gente acepta que va a tener que pagar un precio
económico, incluso severo, por la salida de la Unión Europea, y se da cuenta de
que hubo muchas mentiras y falsedades en la campaña, pero si se repitiera el
referéndum volvería a salir el mismo resultado, incluso por mayor margen de
diferencia. Se ha creado una mentalidad de asedio en un país acostumbrado a
ganar las guerras. Nosotros solos contra los Veintisiete en una batalla épica.
Sangre, sudor y lágrimas, como decía Churchill.
Todavía estamos en la fase de precalentamiento, porque la
ruptura con la UE no se ha ejecutado (acaba de empezar a correr el reloj en el
plazo de dos años contemplado por el tratado de Lisboa para cortar los
vínculos), el Reino Unido sigue en el mercado único y la unión aduanera, y las
importaciones y exportaciones se rigen por las mismas reglas de siempre, de
modo que de momento no puede haber un impacto masivo del Brexit sobre la
economía del Reino Unido. Pero el bolsillo de los ciudadanos empieza a notarlo.
Crece
el empleo pero no los salarios
El efecto más claro es la inflación, y su influencia
sobre el coste y calidad de vida. Los precios de la alimentación, por ejemplo,
llevan meses subiendo poco a poco, y eso que los supermercados han intentado
mantenerlos a raya para proteger sus cuotas de mercado, asumiendo la mayor
parte de la diferencia. El motivo de la tendencia inflacionista es el
debilitamiento de la libra esterlina. Importar cuesta más, y antes o después
el consumidor lo paga.
En marzo los precios se incrementaron un 2,3% respecto al
mismo mes del 2016, y en abril otro 2,7%, con factores contribuyentes como la
subida de los billetes de avión. Y eso que el coste del petróleo en los
mercados internacionales permaneció estable, o incluso descendió. Pero las
facturas de la electricidad se incrementaron, y también lo que se paga en la
tienda por productos como la leche, la mantequilla, el café, el té o las
barritas de chocolate (y eso que algunos fabricantes han reducido su tamaño).
Los
alquileres han registrado la primera caída en ocho años en Londres, pero siguen
siendo astronómicos
Mientras la inflación subía un 2,7%, los salarios sólo lo
hacían un 2,1%, y los economistas de la Universidad de Cambridge predicen que
se va a ser la tónica de toda la próxima década. En el 2025, pronostican, los
británicos ganarán lo mismo que ganaban en el 2004, cuando la última oleada de
anexiones de países de la Europa del Este a la UE. En términos de bienestar y
renta disponible, para los británicos habrán sido veinte años perdidos. Y
aunque en teoría la reducción de la inmigración derivada del Brexit (la primera
ministra Theresa May no quiere dejar instalarse en el país a más de cien mil
extranjeros al año) colocaría a los trabajadores en una posición de más
fuerza en las negociaciones salariales, lo que puedan ganar por ese lado
quedará ampliamente neutralizado por la inflación.
El crecimiento económico, paralelamente, ha sido revisado
a la baja en el primer trimestre del año, quedando en un raquítico 0,3%. El
mercado inmobiliario, como no podría ser de otra manera, se resiente del
efecto acumulado de todos estos factores. En Londres los alquileres han bajado
por primera vez en ocho años, un 1,2% respecto al 2016, aunque siguen siendo
astronómicos (un promedio de dos mil euros al mes, y por esa cantidad no se
consigue ninguna maravilla). Una cierta saturación del mercado, falta de
liquidez y por supuesto la incertidumbre del Brexit son los elementos
determinantes de la tendencia.
Cambridge
cree que los salarios crecerán por debajo de la inflación durante los próximos
diez años
El número de alquileres por los que se pagan entre 4.000
y 25.000 euros al mes (parece una locura, pero hay muchos en el mundo de la
banca, los servicios financieros y los ejecutivos de empresa) registró la mayor
caída, un 3,7%. Y paralelamente el valor de las viviendas subió al ritmo más
lento de los últimos años, con las caídas más significativas en los barrios
caros de la capital, donde hasta hace poco los agentes inmobiliarios podían
pedir lo que quisieran, y los inversores rusos o del Golfo se las quitaban de
las manos.
En conjunto, los precios de compra decayeron en abril un
0,4%, pero aun así se incrementaron un 2,6% respecto al año pasado. En esa
misma línea, las solicitudes y aprobaciones de petición de hipotecas han
disminuido un 2,8%, y eso que los intereses están por los suelos (0,89% anual
en el caso de la Yorkshire Building Society).
La mejor noticia post-Brexit para la economía del Reino
Unido es que el consumo se mantiene firme. También es destacable la reducción
del índice de desempleo, lo cual en el fondo demuestra que la inmigración no es
un problema, y que su nivel viene determinado por las necesidades de los
empresarios. En el primer trimestre del año en curso se han creado 39.000
empleos, con un índice de paro del 4,7%, que significa que un millón y medio de
británicos no trabajan.
Los
votantes no reconocen haberse equivocado
La otra cara de la moneda es que el nivel de
productividad continúa decayendo, que las diferencias de sueldos entre los
hombres blancos por un lado, y las mujeres y las minorías étnicas por otro,
siguen existiendo, y que la inversión en adiestramiento y tecnología está
congelada. Los bancos de la City culminan a todo esto los preparativos para
trasladar a decenas de miles de empleados a otras capitales de Europa, los
empleados de la Agencia de Medicamento y la Agencia Bancaria hacen las maletas,
y la inversión extranjera brilla por su ausencia.
Pero los votantes no reconocen haberse equivocado, y el 8
de junio van a dar una mayoría absoluta a los conservadores y Theresa May,
que de ser partidaria de la permanencia en Europa se ha convertido en el Moisés
del Brexit, llevando al pueblo británico a través del desierto hacia una tierra
prometida en la que el dinero crece de los árboles.
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