Alguna vez escuchamos a pensadores o filósofos hablar sobre
el concepto de perfección. Aristóteles ni mucho menos fue el primero en
intentar definir este concepto ya en su obra Metafísica, cuyo nombre se debe a
algo no muy metafísico*. Se ve que el hombre le daba vueltas a esta idea.
En sus apuntes decía que algo perfecto contiene en sí todo. Esto podría ser en algún caso, pero es obvio que una pobre cuchara también
tiene la esperanza de ser perfecta y obviamente, con ella no puedes cortar un
jugoso bistec. Por lo que esta definición se ve demasiado exigente con aquellos
que aspiran a la perfección. No obstante, también hablaba de que algo es
perfecto cuando no es superado en un género en particular. Ahí sí parece que
podamos llegar a conseguir una cuchara perfecta, aunque nos podríamos meter en
debates profundos, ya que podríamos extender hasta la máxima o mínima expresión
el término de cuchara perfecta en función de lo que queramos recoger con ella.
En fin, debates.
Simplificando: Podríamos decir que algo es perfecto cuando
cumple perfectamente con su cometido para el que ha sido creado. Una cuchara no
ha sido creada para cortar. Tendrá que dedicarse a sus menesteres. Y ¿un hombre
ha sido creado con la capacidad de tomar buenas decisiones de inversión? En los
últimos tiempos con el avance de multitud de estudios sobre economía
conductual, parece que ya poca gente tiene duda de esto. ¿Seremos cucharas
intentando cortar jugosos bistecs? Quien, sabe. Lo que está claro es que somos
muy malos decidiendo cuando se cruza un billete en la ecuación. Muy malos.
Parece que no hemos sido creados con la capacidad de hacer trading.
Una de las pruebas que nos hacen afirmar esto, que
lamentablemente somos cucharas sin filo, es el hecho de precipitarnos a cortar
las ganancias mientras que las pérdidas… las pérdidas sí que suelen dejarse
correr. Lo que se ha llegado a llamar como “el efecto de la disposición”. Esto
fue precisamente lo que encontraron Shefrin y Statman (1985) al analizar datos
que incluían la información sobre cuentas privadas en el periodo de 1961-1981.
Vieron cómo los inversores tienden a vender demasiado pronto y aguantar las
pérdidas.
En 1998 Odean estudió más de 10.000 cuentas. ¿Qué encontró?
Que los inversores, entre otros datos, tendían a mantener una acción perdedora
124 días de promedio frente a los 104 días que de media se mantenía una acción
rentable. Parece que una acción rentable quema en las manos y hay que soltarla
antes.
Conclusión: No
somos perfectos y no estamos hechos para hacer trading, por tanto no podemos
evitar tomar una y otra vez malas decisiones. ¿Solución? ¿Podemos ponernos
reglas por adelantado que tomen las decisiones por nosotros en vez de
improvisar un plan? Parece que no hay otra forma.
Artículo de Alejandro de Luis
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